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¿Es ético viajar en un planeta en multicrisis? ¿Por qué seguir viajando?
- por Karen luz córdova
Partamos con una historia.
Era enero del 1995 y como cada año, mis padres me instalaban por dos meses en la casa de mis abuelos. Ellos vivían a 200 kilómetros de Santiago, cerca de 3 horas en auto. La casa era genial, estaba ubicada en una localidad que a mis ojos de niño lo tenía todo; había mar, laguna, cerros y cancha de fútbol.
Ahí, mis amigos de la vida y yo, disfrutamos de nuestras vacaciones, dos meses inigualables. La abuela decía que era una especie de felicidad anunciada; disfrutaba viéndonos entrar y salir de la casa, buscando la pelota, las cañas de pescar; pasar corriendo por el almacén de los papás de Diego y sacar un helado de agua, de esos de dos palitos.
Sin embargo, la Lupe me había contado que las cosas habían cambiado un poco. Y claro, como dicen, ” ver para creer”. En marzo grabaron una teleserie para la tv y el pueblo se había puesto de moda. Pasaron cosas… nuestro muelle infinito (así lo bautizamos), fue reemplazado por una de esas construcciones muy tipo Miami Beach, estaba atiborrado de gente, lanchas, motos de agua, y una música más parecida a un ruido eterno. La calle principal una “polvadera”: autos y más autos a gran velocidad y qué decir de las motos, de dos y cuatro ruedas.
Julio, el pescador más famoso, le contó a mi abuelo que los lenguados estaban escasos y las corvinas poco y nada salían. la cancha de fútbol se transformó en el estacionamiento del restaurant de la señora Marisol, don Tito arrendó su casa completa y por toda la temporada estival ubicó a su familia en la casa de su hermana, en Santa Cruz; lo que significó que este verano ya no seríamos 10 ya que el Tito Chico y la Cristi ya no estarían con nosotros.
Claramente, las cosas habían cambiado. En 10 meses, el pueblo era una especie de ciudad inventada, los vacacionistas iban a vacacionar y eso se respiraba en el aire. Todas las personas eran como ajenas, ni nos miraban la verdad, menos nos escuchaban. Yo me sentí un poco decepcionado, pensé en algún momento que era el fin de una era, el inicio de otra peor, como en las películas. A pesar de ello y que ya nunca encontrábamos helados de agua de dos palitos, mantuve el entusiasmo y la esperanza que el otro año, todo sería como antes.
Ya han pasado 30 años desde ese enero de 1995 ¿las cosas algún día fueron como antes?
Sobre viajar en un planeta en multicrisis y por qué seguir viajando.
Mucho se habla del poder transformador de los viajes, pero poco y nada se logra escuchar sobre el por qué buscar esa transformación en ese acto. Nos podemos transformar en y de distintas maneras, por qué darle poder a un hábito que involucra de manera involuntaria a otros, otros que muchas veces son invisibles. Viajar en un planeta en multicrisis nos ofrece la gran oportunidad de ver y por sobre todo, escuchar a aquello y a aquellos que a la hora de decidir emprender el viaje muchas veces obviamos y pasamos por encima.
El hermoso ejercicio de viajar en el tiempo, nos permite mirar con perspectiva, hacernos preguntas, reflexionar. Hoy, el relato del inicio, viene a conectarnos un poco con aquello, donde el simple acto de viajar y vacacionar en una época pasada, nos presenta paradigmas que con el paso de los años han ido mutando, incluso desapareciendo.
Preguntarnos hoy si, ¿es ético viajar en un planeta en multicrisis y ¿por qué seguir viajando? nos instala en aquel lugar poco cómodo, es una suerte de llamado de atención, un “¡detente!” ante el caos. Sin embargo, abordar la reflexión desde una perspectiva del tiempo pasado, nos da sentido de realidad. Tenemos ciertas certezas; antes ocurrían cosas que hoy ya no, así como también no ocurrían situaciones que en el hoy, son una normalidad.
Si nos situamos en los viajes, sus formas y propósitos, claramente llegamos a la conclusión que sí, han cambiado; los seres humanos hemos cambiado, el ecosistema ha cambiado, la vida en su complejidad a veces desbordada, también ha cambiado. En 30 años hemos sido testigos de un sinfín de cambios. La tecnología por ejemplo, ha avanzado a pasos agigantados, la forma en relacionarnos con un otro, el medioambiente nos ha mostrado de manera más que evidente su cara más frágil, y porqué no decirlo, nos hemos vuelto un poco esclavos de seguir patrones que más que simplificar la vida, la hacen menos llevadera.
Sin lugar a dudas estamos presenciando y siendo parte de una multicrisis, donde el hábito de viajar se ha convertido en un ejercicio mecánico, desapegado, que no mide impactos, que responde a necesidades individuales e incluso a ambiciones económicas.
Es muy loco ya que si miramos atrás, ese viajar de antaño, donde se hacía demasiado con muy poco, nos muestra una evidente desconexión incluso con nuestro propio bienestar. Se viaja incluso por cumplir patrones sociales, por ser parte de una comunidad “los que viajan”.
En esa desconexión ocurren situaciones que afectan a otros, a comunidades que ven su calidad de vida altamente afectada por la necesidad instalada de movernos y viajar. Hay cierta conciencia de ello, sin embargo, no somos capaces de detenernos en el ejercicio de buscar un propósito armonioso en el viajar, el que empatice con el entorno que vistamos, un propósito que por sobre todo, escuche.
Los viajes en una realidad en multicrisis, nos presenta la hermosa oportunidad de hacer las cosas de una manera diferente. Henry David Thoreau, en uno de sus tantos escritos decía que “en la sociedad no encontraremos salud si no es en la naturaleza” y si los viajes se sustentan en su mayoría en esa búsqueda de la naturaleza, ¿cómo hacemos para que nuestra experiencia se transforme en una herramienta de cuidado recíproco?
Quizás es un poco ingenuo pensar que en esta era de la multicrisis, siendo conscientes de ello, nuestros hábitos a la hora de viajar muten hacia un bienestar colectivo. Donde el sólo hecho de planear un viaje se convierta en un acto inocuo para la naturaleza y la comunidad que habita el territorio que se anhela visitar. ¿Pero, cómo hacerlo?
Re-imaginemos. Si entendemos que la base de la multicrisis que hoy transitamos, está situada en el ser humano, su poca capacidad de crear, reflexionar, empatizar, escuchar y por sobre todo colaborar enfrentar esta realidad centrada en el bienestar propio, es clave cambiar ese paradigma y mutar hacia uno concentrado en el respeto hacia la biodiversidad y el cuidado.
Abrazar este nuevo paradigma e instalarlo en los viajes, permitirá que el cotidiano acto de viajar, se transforme en un puente que permita generar bienestar. Es más, si sólo nos concentramos en escuchar, tenemos gran parte de la tarea adelantada; escuchar como acto de empatía absoluto, escuchar a la naturaleza, escuchar a las personas. Y, ¿si viajamos escuchando?
Viajar escuchando a un planeta en multicrisis nos permitirá tanto como no¿s? imaginamos; viajar como forma de aprendizaje, viajar como forma de colaboración, viajar como promotores del cuidado, viajar como escuchantes de historias increíbles.
Ahora, si nos preguntamos si ¿es ético viajar en un planeta en multicrisis y ¿por qué seguir viajando? la respuesta es tan simple como los cambios que debemos hacer para minimizar el impacto que en los futuros tendrá la decisión de viajar. Si dejamos de lado los cambios más materiales, nos detenemos y concentramos nuestra atención en aquellos que nos conectan con la naturaleza, las personas y sus anhelos; viajar se podrá transformar en una herramienta que contribuya directamente a generar territorios sanos para quienes los habitan y quienes los visitan.
Karen luz córdova
Co-Fundadora de Cuidadores de Destinos